viernes, 30 de agosto de 2013

¿Qué pasa si metes a tu cerebro en el cuerpo de un niño de 4 años?

Esto que parece una locura es el último experimento del equipo de Mel Slater, un neurocientífico que trabaja en el Laboratorio de Ambientes Virtuales de la Universidad de Barcelona (EventLAB) y lleva años investigando las respuestas del cerebro en realidad virtual. Mediante un sofisticado sistema de simulación, Slater y su equipo estudian qué sucede cuando hacemos creer a nuestro cerebro que nuestro cuerpo ha cambiado y se desenvuelve en el ambiente de una simulación en tres dimensiones.

En trabajos anteriores, Slater ha comprobado que el cerebro es un traidor dispuesto a cambiarse de chaqueta a las primeras de cambio: si la realidad virtual está bien hecha, y se reciben estímulos coordinados, bastan unos segundos para que la mente reconfigure y dé por bueno que está en un nuevo cuerpo. Este mecanismo es el mismo que funciona en el experimento de la mano de goma, en el que tu brazo real queda oculto mientras el investigador toca un brazo de goma que lo sustituye. Cuando va a pinchar el brazo de goma, la persona retira su mano automáticamente, porque ha interiorizado que el brazo falso es el suyo.
El cerebro fue engañado y se confirmo que es adaptable.

Los científicos realizaron el mismo experimento con realidad virtual. El sujeto se pone unas gafas y un traje que traslada sus movimientos reales al entorno 3D, de modo que la prueba se desarrolla como si estuviera dentro de un videojuego. No solo se repite el efecto, sino que se pueden realizar múltiples variables: el cerebro asume con facilidad que el brazo se estire hasta tres veces su longitud, que tienes una gran barriga si eres delgado, o que eres negro aunque seas blanco.

Para su último trabajo, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), el equipo de Slater sometió a 30 adultos a una experiencia muy particular. Con una diferencia de una semana, les introdujeron en una simulación en la que tenían el cuerpo de un niño de cuatro años con aspecto de niño, y en otra simulación en la que tenían el tamaño de un niño de cuatro años pero con aspecto de adulto. Y encontraron algunas diferencias interesantes.

Lo que intrigaba a Slater y su equipo era la manera en que estas situaciones afectan a la percepción del tamaño de las cosas.

El resultado fue que cuando el adulto estaba en la simulación con cuerpo de niño los objetos le parecían considerablemente más grandes que cuando estaba en la simulación en la que tenía el tamaño de un niño pero cuerpo de adulto. En principio ambos avatares tenían el mismo tamaño, por lo que habría cabido esperar que tuvieran una percepción del espacio similar. Pero no sucedió así.

La respuesta, aseguran los investigadores, está en la existencia de un mecanismo adicional de percepción de nuestro cuerpo que va más allá del mero tamaño y actúa a nivel cognitivo.

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